Capítulo 4 Me importa un copi



Capítulo 4

"Ven a brindar
Con vino griego de mi tierra natal
El vino rojo que me hará recordar
Un pueblo blanco que dejé detrás del mar"
José vélez

Debo admitir que desde que entré a la U empecé a odiar a los intelectuales. No por mis compañeros de generación y facultad, pues esta era un colegio cuico. Dos pisos, dos patios de cemento y mucho pendejerío paltón jugando taka-taka. 
Pero uno de los pocos intelectos the really que me topé en aquel lugar, sería mi segundo amor platónico, Leonardo, hasta ahora el que sentí más fuerte, creo.
¿Será la impresión que deja la primera juventud?



Valoro tanto la sensación que dejó su paso por mi vida, porque fue un amor de oídas. Físicamente no me atraía en nada. Pero su pensamiento, y la forma en como lo expresaba, la importancia que se daba era tal, me impresionaba con cada idea que lanzaba al aire.

 Ex estudiante de literatura, cambiando de rumbo en el Derecho, carrera que parecía detestar, al igual que a los abogados. 
Tampoco se conformaba con las letras pues, según sus dichos, su verdadera pasión era la filosofía. Sí, un esnob de tomo, lomo y catálogo. 

Clase media, al igual que yo, coincidió que vivíamos en la misma comuna para nuestra mala suerte. 

En esa universidad, recontracuica en mi época estudiantil, el lolito, cinco años mayor que yo, se aburría como ostra. O se juntaba con algunos discípulos (chicos más despiertos que entendían de esos temas, por venir de colegios jai de curas, monjas o extranjeros), que le metian conversa; o miraba a las compañeras, pues su debilidad eran las caucásicas (hetero-cis-hegemónicas), de lo que estaba repleta esa U. 
Su gran amor perdido tenía razgos nórdicos (ojito y pelito claro), así que se volvió su fetiche. Sólo se fijaba en ese estereotipo de minas. Es más, terminó emparejándose con una señora una década y tanto mayor que él, pero rubiesita y con ojitos de cielo.


Bueno, él, junto a su amigoToti Garcés (Debo admitir que también me gustó en algún momento, pero no llegó a ser amor platónico, lo llamaría una atracción distraída) y sus camaradas humanistas, me hicieron detestar a los intelectuales. O sea, mis colegas leguleyos me caen mal por cabrones y presumidos, pero son mucho más relajados que los intelectuales, que los esnobs, los locos que hacen de la cultura una herramienta de segmentación. 
Se disgregan y clasifican según su vagaje cultural, su acumulación de conocimiento. 
Élites, círculos cerrados, estilo, clase, sofisticación, creatividad, locura dosificada... 
Pucha, sorry, pero me apabullan, me dan miedo y rabia, no les compro, su humanismo maltrata, discrimina. Su exceso de experiencia artística los separa de mi memoria de datos pop. 


Lo siento, soy una recolectora de estímulos intelectuales y emocionales disímiles, que a veces parecen incoherentes entre sí, pero que, para mí -y tal vez sólo para mí-, tienen sentido. Me agradan, los investigo, o no, rescato autores que repito, otros con un solo libro me bastó (y sobró). 
Pero este compadre, Leonardo, que, a pesar de mi amor incondicional -y violento-, fue mi gran amigo por seis años y un verdadero maestro en el área de las letras. Tal vez por eso no me despegué de él en los primeros semestres de carrera. 
Obvio que fueron varias peleas, por mi carácter explosivo y su ego elevadito. Pero, como mono porfiado y copión, me hice su discípula, también. La única mina. Por algo sería.


Para él yo era "Candy", o "La Pequeña Lulú", como me decía. Me daba a entender que me veía como a una mascota, o hermana menor. 
Una vez, mientras los miraba jugar taka-taka y discutìamos una idiotez, me preguntó si no me hubiese gustado ser hombre.
Me ofendí, obvio, hasta lloré. Pero, a estas alturas, creo que era porque le debatía cómo él lo hacía con sus rivales. Yo, sin mucha sabiduría, ni cultura, me paraba igual, y le peleaba todas sus ideas machistas justificadas en su interpretación de los griegos y de Nietzsche, le recalcaba su sexismo, y clasismo, al hablar de las minas que le gustaban, e insistía que Fuguet era bacán, y, gracias a Leonardo, defenderé a este escritor donde me instalen. Sólo para enrostrar a intelectuales despectivos, como lo es Leonardo, que su visión clásica y elitista, de aristócrata venidos a menos, es mas vulgar, que mi pop y fanátismo frenético.

Nunca renegaré, eso sí, que él cimentó muchos de mis conocimientos literarios y fue un guía. Desde autores que jamás se habrían cruzado por mi eje (ni sabría pronunciar sus apellidos) como Dostoievski o Nietzsche, hasta la comprensión del mismísimo puto Dios de los abogados: Kant; fue más clara e interesante, debido a mi amor platónico universitario. Él siempre prefirió a Nietszche. Recien dos décadas después entendí porqué.
Kant es un utópico idealista que juraba que el ser humano no es narciso, que no busca tomar ventaja, que se conformará con su ración. Falso, falso. ¡Weón, matamos a Dios!, ¿qué se puede esperar de nosotros como civilización, si derribados nuestros propios mitos por codicia y ambición?
Gracias a Leonardo también me caen bien los griegos, a pesar de su machismo extremo. Es que sustraigo el tema del género y me enfoco en las ideas.


 Aristóteles era un seco, y opino como él, que el ser humano es un animal social y en esencia no es malo. Esto lo dijo antes de que Rousseau señalara que la sociedad es la que corrompe al hombre. 
El platónisismo también es bacán. Pensar en que sólo se puede amar entre seres iguales. Abstrayéndolo del hecho que era aplicable únicamente a los varones (ciudadanos); pues en esa sociedad eran aquellos seres racionales dignos de ese amor elevado, sólo pudiendo darse entre ellos; la idea es buena. 
Pienso que el único que puede entenderte es una persona equivalente, claro, siempre desde el prisma de las ideas. También, pienso, se debe aplicar a las personas como seres, no a su género o sexo de nacimiento. Ahora es más fácil, ya que, en la actualidad, no se limita a esa condiciones las relaciones afectivas. Las ecuaciones tienen más factores, mayor amplitud de logaritmos y búsquedas. Pero, ¿por eso es más fácil congeniar? 

Lo dudo, las relaciones duran nada. Fromm coincidía con Platón en algo, el amor erótico, deben ser entre iguales, seres que esten a la par, sino se vuelven relacionen simbióticas, codependientes, edípicas. 
Ya qué importa, nadie busca congeniar, todos quieren tirar. Y, para eso, lo que menos miran es una personalidad, es más ni siquiera una persona, miran facha, look, oultfit (como dicen los gringos) incluyendo los accesorios: auto, casa, cuenta bancaria.
En todo caso, aclararé que los mencionados platónicos de este relato, fueron entes idealizados, con los que tuve relaciones de afecto, pero que los llamo así lisa y llanamente porque no me los follé. 
En un primer momento pensé que era por fea, pero cura'os todos los hombres son fáciles, lo sé, los conozco. Me relaciono más con ellos que con mujeres. 


Creo que no me los follé porque preferí dejarlos en el pedestal de canallas, impotentes, pero intocables. Así es el disparatado inconsciente. 
De todas formas, no era amor, ni era platónico, no los veía como pares, sino hacia arriba. 
La Brava dice que busco poner a mi sujeto de afecto en un rango de superioridad. O sea, que busco relaciones verticales, donde yo estoy en el piso de abajo. Puede ser. Siempre me sentí insuficiente, imperfecta, menos. Ni rubia de ojos claros, ni flaca, ni exitosa, ni profesional, una nada.
Y bien cobarde, le he dado tres capítulos de vuelta al meollo del asunto, y sigo.
Bueno retomando la historia, pensar que para que leyeran mi novela tenía que vincularme con intelectuales, o gente que cree serlo, o, simplemente, con personas, me daba tirria.
Por las razones antes señaladas me es un desagrado tratar con el ser humano.


Ahora, ¿con esnobs? ¿personas que se sienten superior a ti por la cantidad de palabras que han leído? Si es por eso, he leído manuales y manuales de necedades y sólo siento mi vista más borroneanda y cansada.
El esnob que más detesto es al "esnob ortográfico", el que te tira la pachotada, y el elaborado argumento de la pelea de facebook abajo, denostado tu ortografía. Qué saco de pelota, y mal perdedor, es ese tipo de esnobs. 
El "esnob documentado" me cae mejor. El bueno pa' citar. Me recuerda a Leonardo, le encantaba mencionar a los difuntos autores del año del ñauca, todos se burlaban de él por eso (resentimiento, chaqueteo, envidia), pero es la única forma de mantener vivos a pensadores que tienen el merito de trascender. 
Y me sigo yendo por las ramas. Quería publicar pero no toparme con esas personas que pensaban, actuaban y pelaban como Leonardo, y él sólo era un estudiante inquieto. 


¿Cómo serían los intelectuales del país? ¿Cómo Leonardo? ¿Cómo el saco de weas del Alex Hitlex?, amigo de Leonardo en la U, y que está causando sensación (estimado de Milei), junto a su hermano diputado, el Hitlex bobo. ¿Cómo mis profesores? ¿Cómo Peñita, con su arrogancia intelectual?  
Gente para la que la ofensa más terrible que puede cometer un ser humano es desconocer, ignorar, no comprender.
¿Serían tan intensos los gallitos intelectuales como los recordados en mi juventud con Leonardo y sus camaradas humanistas de Ues públicas?
Ni siquiera conocía a un escritor de este terruño salvo a Ralph, tan primerizo como yo.
Pero, la forma de ingresar al mundo de la literatura chilena independiente, actual, fue mucho más cómoda y segura de lo que esperaba, por mi miedo al ninguneo.



A mediados del 2020, una amiga venezolana, expareja de Heriberto, mi ex mejor amigo, me invitó a un carrete virtual. Ni pregunté de quién era, sólo dije: "¡¡¡sí!!!", y me inscribí.
Tema aparte es que fueron mis inicios en Instagram. Herramienta que consideraba del diablo, como todos los nuevos usos de Internet.
Al llegar a la sala virtual lo primero que me preguntaron fue mi signo zodiacal, ascendente y signo lunar. 
¡Pulento! ¡Partimos excelente! Les mencioné hasta mi mercurio, venus y marte, que era lo que recordaba de mi carta astral. 
El carrete era del "Tanque de la Literatura" una consultora de fomento de lectura independiente. 
El director era Sebi Santa, un robusto y agraciado muchacho, con un caracter bien amoroso y risueño. 


Ni me enteré, ese primer encuentro, de su jerarquía en el espacio, porque desapareció a la hora, ya que su señal era malaza. Vivía en provincia para cuidar a sus familiares mayores.

También, en aquella oportunidad, estaba El Lector Comunista, otro muchacho, calculé que alrededor de cinco o seis años menor que yo. Cómo de la edad de Moisés.
 Era, tal vez, un tantito amargado, pero daba muy buenos datos freak de cultura miscelánea. Desde explicarme que era la sublimación, según Freud, hasta la clave para que esta servidora, por fin, terminara la maldita novela. 



@karmaclismo_humo

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